Francisco Briz Hidalgo
Un capellán estaba comiendo en la posada de una aldea un palomino asado cuando entró un caminante y pidió al posadero que le diese algo de comer.
El posadero le contestó que lo único que le quedaba era un palomino y ya se lo había preparado al capellán.
Entonces el caminante rogó al capellán que compartiese con él la comida y que la pagarían a medias, pero el capellán se negó y continuó comiendo.
El caminante sólo tomó pan y vino. Cuando el capellán terminó de comer le dijo:
- Habéis de saber, reverendo, que aunque no hayáis aceptado compartir conmigo la comida, el palomino nos lo hemos comido entre los dos, vos con el sabor y yo con el olor.
Respondió el capellán:
- Si eso es así, tendréis que pagar vuestra parte del palomino.
Comenzaron a discutir y como el sacristán de la aldea estaba en la posada le pidieron que actuara como juez en la disputa.
El sacristán le preguntó al capellán cuánto le había costado el palomino. Contestó que un real. Mandó al caminante que sacase medio real y lo dejó caer sobre la mesa haciéndolo sonar y le dijo al capellán:
- Reverendo, con el sonido de esta moneda tened por pagado el olor del palomino.
Dijo entonces uno de los huéspedes de la posada:
- A buen capellán, mejor sacristán.