(Cuento popular de exageraciones)
Francisco J. Briz Hidalgo
Había una vez tres princesas llamadas Susana, Juana y Ana que eran muy altas, guapas y sanas y siempre estaban muy alegres y con ganas de jugar y divertirse.
Sus padres, los reyes, estaban muy contentos con sus tres hijas porque nunca se ponían enfermas. Pero de repente un día, sin que nadie pudiese explicar la causa, las tres princesas se hicieron muy delicadas.
La princesa Susana, la mayor de todas, estaba paseando tranquilamente por el jardín del palacio, cuando unos pétalos de rosas le rozaron ligeramente en la cabeza. La princesa cayó al suelo desmayada con un enorme chichón. Los médicos pudieron curarla de aquel golpe pero la princesa Susana quedó delicada para siempre.
Otro día, la segunda princesa, Juana, se despertó con una gran herida en la espalda. Cuando buscaron la causa de la herida descubrieron que había sido producida por una pequeña arruga de las sábanas. Los médicos pudieron curar la herida, pero la princesa Juana quedó delicada para siempre.
Entonces los reyes muy asustados decidieron construir una urna de cristal para meter en ella a la princesa Ana, la más pequeña y hermosa de las tres princesas. En el salón más grande del palacio los ingenieros reales construyeron en pocos días una enorme urna con las paredes y el techo de cristal. Dentro vivía la princesa y no la dejaban salir. Los reyes llegaron a pensar que a su hija pequeña no le iba a pasar nada y que no se haría delicada.
Pero un día entró en la urna un pequeño mosquito y con el aire producido por el movimiento de sus alas se resfrió la princesa. Los médicos pudieron curar el resfriado pero la princesa Ana quedó delicada para siempre.
Todavía los reyes no se han puesto de acuerdo sobre cuál de sus hijas es la más delicada.