¿Quieres que te cuente un cuento?
Pues aquí tienes un ciento.
Francisco José Briz Hidalgo
Érase una vez una niña muy guapa
a la que todos llamaban «Cenicienta»,
porque su madrastra la hacía dormir
junto a las cenizas de la chimenea.
Cenicienta fregaba, Cenicienta barría,
Cenicienta planchaba, Cenicienta cosía.
Cenicienta se pasaba todo el tiempo
fregando, barriendo, planchando y cosiendo.
Dos hijas más tenía la madrastra
pero en la casa nunca hacían nada,
eran perezosas, feas y malas,
se levantaban casi al mediodía
de mal humor pidiendo la comida.
Cierto día corrió el rumor
de que el Rey de aquella nación
preparaba un baile en honor
de todas las chicas hermosas,
porque estaba buscando esposa
para su hijo y heredero: el Príncipe.
Ocurrió algo indescriptible,
todas las chicas solteras,
de la última a la primera,
corrieron a preparar
el baile, que en Primavera,
pronto se iba a celebrar
en el Palacio Real.
A casa de Cenicienta
la gran noticia llegó,
a sus feas hermanastras
les embargó la emoción.
A Cenicienta le dio
un gran vuelco el corazón,
el príncipe era muy guapo,
en ella nació el amor.
- Me pondré un vestido negro,
y zapatos de charol.
- Yo quiero el vestido verde
y aquel bonito reloj.
Cenicienta preguntó:
- ¿Qué vestido llevaré?
La madrastra le gritó:
- ¡Tú te quedarás en casa
para limpiar el salón!
- Quisiera ir,... ¡por favor!
- ¡He dicho que no!
- Pero yo...
- ¡Te quedarás!, se acabó.
Llegó la noche del baile
y Cenicienta apenada
vio partir a sus hermanas,
en un dorado carruaje,
hacia el Palacio Real.
La invadió un gran pesar,
cuando sola se quedó
y comenzó a llorar.
Como por arte de magia
una inmensa claridad
iluminó aquel lugar,
una luz crepuscular
que anunciaba la llegada
de un Hada de voz dulce
y mirada angelical.
- ¿Por qué lloras?, dijo el Hada,
no tienes que preocuparte,
yo he venido a ayudarte
para que vayas al baile.
- ¿Eres tú mi Hada Madrina?,
le preguntó Cenicienta.
- Yo me llamo Catalina
de la Sal y la Pimienta,
soy el Hada de las ninfas,
las musas y las sirenas
y también... de Cenicienta.
Nuestra niña comprendió
que estaba con su Madrina
y de pronto su tristeza
se convirtió en alegría.
El Hada empezó a actuar,
agitando su varita
transformó una calabaza
en un bonito carruaje,
una enorme rata blanca
en un fiel y apuesto paje
y seis ratones del campo
en seis fogosos caballos.
A Cenicienta le hizo
un traje de tul y seda
y zapatos de cristal,
de hebilla de oro y coral.
Cuando el Hada terminó
y contempló su labor
sonrió muy satisfecha:
- Serás, sin ninguna duda,
la más bella de la fiesta
pero tengo que advertirte
que antes de la media noche
deberás estar de vuelta
porque cuando den las doce
la magia se esfumará.
Todo se transformará
y volverá a ser como antes:
la carroza en calabaza,
en ratones los caballos,
el fiel paje en una rata
y tu vestido en harapos.
Cenicienta iba dichosa
hacia el Palacio Real,
se sentía muy hermosa
vestida de tul y seda
y zapatos de cristal,
de hebilla de oro y coral.
Cenicienta entró en Palacio,
¡causó gran admiración!
Ella avanzó muy despacio
hacia el centro del salón,
... parecía una Princesa.
El Príncipe se prendó
de su porte y su belleza
y ya el resto de la noche
no se apartó de su vera.
El propio Rey comentaba
que jamás había visto
una doncella tan bella.
Todas las chicas solteras
murmuraban con envidia:
- Quién será... quién no será...
su belleza es sin igual...
nadie lo puede dudar...
¡con ella se casará
su gran Alteza Real!
La primera campanada
de las doce resonó
en el salón de Palacio
y Cenicienta obediente
siguió el consejo del Hada
y escapó rápidamente.
Mientras cruzaba la puerta
de la entrada principal
perdió uno de sus zapatos,
un zapato de cristal,
de hebilla de oro y coral.
Pero ella siguió corriendo,
sin volver la vista atrás.
En la gran escalinata
se detuvo un momento
para poder respirar.
Con un solo zapato
bajó los escalones
de cuatro en cuatro.
De la escalera
ya llega al fin...
¡Cruza el jardín!
En el reloj de Palacio
está a punto de sonar
la postrera campanada
que anuncia la medianoche.
Pero la ágil Cenicienta
no la llegará a escuchar,
se encuentra lejos, muy lejos,
del gran Palacio Real.
El Príncipe la siguió,
por salones y despachos,
hasta el portal principal,
pero sólo halló un zapato,
un zapato de cristal,
de hebilla de oro y coral.
A la mañana siguiente,
el Príncipe enamorado
anunció que iba a casarse
con la dueña del zapato.
Envió a sus heraldos
a recorrer todo el Reino,
para buscar la doncella,
la Princesa de sus sueños.
Por todas partes del Reino,
las muchachas casaderas,
de la última a la primera,
corrieron a recibir
al enviado de su Alteza.
Pero ninguna de ellas
consiguió que le ajustara
el zapato de cristal
de hebilla de oro y coral.
A casa de Cenicienta
muy pronto llegó el heraldo.
Sus hermanas se esforzaron
en introducir sus pies
en aquel fino zapato.
- Parece que ya entra, ya entra...
¡si entra seré la Princesa!
que ya entra, que ya entra... ¡no entra!
El enviado real cansado
de tantos intentos vanos
preguntó bastante huraño:
- ¿Hay acaso otra doncella,
a la que probar podamos
este bonito calzado?
- Una fea hijastra tengo,
pero tenga por seguro
que no es de ella ese zapato.
- No se puede asegurar,
¿quizás sí o quizás no?,
¿tal vez sí o tal vez no?,
¿quién lo sabrá? ¿qué se yo?.
¡Qué sorpresa! Con qué asombro,
su madrastra y sus hermanas
comprobaron que el zapato
calzaba perfectamente
en el pie de Cenicienta.
Ella, alegre y con gracejo,
sacó entonces del bolsillo
el zapato compañero.
En ese momento el Hada
agitando su varita
transformó a Cenicienta,
en la Princesa soñada.
Vestida de tul y seda,
con zapatos de cristal,
de hebilla de oro y coral,
ya la llevan en carroza
hacia el Palacio Real,
donde la espera el Príncipe
con el que se va a casar.