Un hombre que en el bosque se miraba
con un hacha sin mango, suplicaba
a los árboles diesen la madera
que más sólida fuera
para hacerle uno fuerte y muy durable.
Al punto la arboleda innumerable
le cedió el acebuche, y él, contento,
perfeccionando luego su instrumento,
de rama en rama va cortando a gusto
del alto roble el brazo más robusto.
Y a los árboles todos recorría,
y mientras los mejores elegía,
dijo la triste Encina al Fresno: «¡Amigo,
infeliz del que ayuda a su enemigo!»