Los dioses encargaron a los hermanos Prometeo y Epimeteo que crearan a los animales y al hombre y que les dieran los recursos necesarios para sobrevivir.
Epimeteo creó a todos los animales. Prometeo modeló cuidadosamente a los hombres con una mezcla de tierra y agua, procurando que se parecieran a los dioses.
Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese distribuir las cualidades de los animales:
- Una vez que yo haya hecho la distribución -le dijo- tú la revisas.
Epimeteo, con el permiso de Prometeo, comenzó el reparto. A unos les daba fuerza, pero no rapidez, que se la daba a los más débiles, a otros armas, a los que proporcionaba un cuerpo pequeño les daba alas para volar, a otros un cuerpo grande para que pudieran defenderse. Así, de forma equitativa, fue distribuyendo todas las facultades para que todas las especies pudieran sobrevivir. Después los cubrió de pelo espeso y piel gruesa para protegerlos del frío del invierno y del calor del verano. Para que pudieran moverse con comodidad a algunos les puso en los pies cascos y a otros una piel gruesa. Para que se alimentaran a unos les dio hierbas de la tierra; a otros frutos de los árboles y a otros raíces y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. A los animales que eran comidos por otros animales les concedió una gran fecundidad para evitar que su especie desapareciera.
Epimeteo, que no era muy listo, gastó, sin darse cuenta, todas las cualidades en los animales más brutos y dejó a la especie humana sin facultades.
Cuando llegó Prometeo para revisar el trabajo de Epimeteo vio a todos los
animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo y sin armas para defenderse.
Se acercaba el día en el que los hombres debían vivir en la tierra y Prometeo
que amaba a los hombres les concedió el fuego para que pudieran sobrevivir y les
enseñó a respetar a los dioses. Los hombres, como estaban hechos a semejanza de los dioses, adquirieron la capacidad de articular sonidos, vocales, palabras y
nombres, inventaron viviendas, vestidos, calzado y aprendieron a obtener alimentos de la tierra.
Un día Prometeo sacrificó un gran toro a los dioses e intentó, como siempre,
favorecer a los hombres, aunque tuvo que engañar a los dioses. Para conseguirlo
hizo dos partes con el asado. En un montón escondió la carne bajo una capa de
huesos y tendones, en el otro montón puso el resto de los huesos y los cubrió
con apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los
dioses. Zeus eligió el plato de huesos y Prometeo se quedó con el plato de carne
para los hombres.
Zeus, enfadado por el engaño, quitó a los hombres el fuego.
Prometeo, apenado por los hombres, trepó al monte Olimpo y robó a Atenea la
sabiduría de las artes y a Hefesto el fuego de su forja. De este modo recibieron
los hombres los conocimientos y los recursos necesarios para conservar la vida.
Para vengarse de Prometeo por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que creara la primera mujer de la tierra.
Hefesto modeló con arcilla una bellísima mujer que se llamó Pandora. Cuando Zeus le infundió vida la belleza de Pandora impresionó a todos los dioses del Olimpo y cada dios le fue concediendo una cosa. Atenea la dotó de sabiduría, Hermes de elocuencia y Apolo de dotes para la música. El regalo de Zeus consistió en una hermosa caja, que se suponía contenía tesoros para Prometeo, pero le dijo a Pandora que la caja no podía abrirse bajo ningún concepto, lo que Pandora prometió a pesar de su curiosidad.
Pandora y su caja fueron ofrecidos a Prometeo, pero este no se fiaba de Zeus y no quiso aceptar los regalos. Para que Zeus no se ofendiera Prometeo entregó ambos regalos a su hermano Epimeteo y le dijo que guardara bien la llave de la caja para que nadie pudiera abrirla. Cuando Epimeteo conoció a Pandora se enamoró locamente y se casó con ella, aceptando la caja como dote.
Un día Pandora, que era muy curiosa, no pudo aguantar más, le quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja, de la que salieron cosas horribles para los seres humanos como enfermedades, guerras, terremotos, dolor, hambre y otras muchas calamidades.
Al darse cuenta de lo que había hecho, Pandora intentó cerrar la caja, pero sólo consiguió retener dentro la esperanza que, desde entonces, ayuda a todos los hombres a soportar los males que se extendieron por toda la tierra.
El castigo de Prometeo fue horrible. Zeus ordenó a Hefesto que lo encadenara a una roca del monte Cáucaso, donde todos los días enviaba a un águila, hija de los monstruos Tifón y Equidna, para que se comiera el hígado de Prometeo. Como Prometeo era inmortal, su hígado volvía a crecer cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. Este castigo debía de durar toda la eternidad pero cuando habían transcurrido treinta años, Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y mató con una flecha al águila. Zeus perdonó a Prometeo aunque le condenó a llevar las cadenas y la roca durante toda la eternidad.