(Viajes de Ulises)
Al día siguiente Telémaco se dirige al palacio para informar a su madre de su viaje a Esparta, le cuenta la predicción que había hecho la reina Helena y las noticias que recibió del rey Menelao al que le habían dicho unos viajeros que Ulises estaba en la isla Ogigia retenido por la ninfa Calipso.
Ulises, con aspecto de mendigo, llega también a la ciudad y, en las puertas del palacio, se encuentra con su viejo perro Argos que lo reconoce a pesar de la larga ausencia, se le acerca moviendo alegre el rabo y cae muerto a sus pies al no poder soportar la emoción del reencuentro con su amo.
Ulises entra en el palacio y pide limosna a los pretendientes, Antinoos le insulta y le arroja un taburete. Otro mendigo, llamado Iro, pretende echar a Ulises del palacio. Los dos mendigos pelean en presencia de los pretendientes y vence Ulises que es felicitado por todos.
La reina Penélope se presenta en la sala, todos alaban su hermosura y la colman de regalos, poco después vuelve a sus habitaciones mientras los pretendientes celebran un banquete. Melanto, una de las criadas, se burla de Ulises. Eurímaco también le insulta y le arroja un taburete. Telémaco consigue que se vayan todos a dormir a sus casas. Cuando todos se han marchado Ulises y Telémaco quitan las armas que adornan las paredes de la sala y las esconden en la cámara del tesoro.
Esa misma noche Penélope habla con Ulises, que se hace pasar por un viajero de Creta. Penélope le cuenta lo triste que ha sido su vida desde que su esposo se fue a la guerra de Troya, le habla de su inmensa soledad, del engaño del bordado que tejía por el día y deshacía por la noche y de los esfuerzos que debía hacer para soportar a los pretendientes.
La reina ordena que bañen a su huésped y le den ropas limpias. Durante el baño la vieja criada Euriclea reconoce a Ulises por una cicatriz de su pierna, pero Ulises le ordena que guarde el secreto.
Más tarde la reina Penélope sigue hablando con Ulises y le describe un sueño en el que veinte gansos de su casa eran devorados por un águila que baja del monte. Ulises lo interpreta como la llegada del rey y la matanza de los pretendientes. También le cuenta la reina su deseo de someter a los pretendientes a una prueba de habilidad con arco para casarse con el vencedor. Ulises le aconseja que celebre la prueba lo antes posible.
La mañana siguiente Penélope comunica a todos los pretendientes su decisión de organizar un concurso con el arco que había pertenecido al rey Ulises. Además ha tomado la decisión de casarse con el vencedor. Todos se miran asombrados por la noticia, ¡al fin la reina de Itaca va a elegir un nuevo esposo!
Los pretendientes se levantan y observan el arco con curiosidad. Anfínomo de Duliquio, Ctesipos de Samé, Eurímaco hijo de Pólibo, Antinoos hijo de Eupites, Leocritos hijo de Evenor, Liodes y el resto de pretendientes lanzan murmullos de admiración al contemplar el arco de Ulises. También estaban en el palacio Telémaco, Eumeo que había traído tres cerdos bien cebados y Filetio otro criado, guardián de los rebaños, que había traído una vaca y algunas cabras.
El primero que participa es Liodes, pero no puede tensar el arco. Antinoos se mofa de Liodes y pide que calienten y engrasen el arco. Uno tras otro los pretendientes intentan tensar el arco, pero ninguno lo consigue. Faltaban por participar los dos pretendientes más fuertes, Eurímaco y Antinoos, que se acercan al arco pero tampoco pueden tensarlo.
Ulises sale de la gran sala y revela su identidad a sus criados Eumeo y Filetios y les ordena cerrar todas las puertas. Cuando vuelven al interior del palacio Antinoos estaba proponiendo que se suspendiera el concurso hasta el día siguiente.
Cuando Ulises solicitó participar en la prueba todos le miraron incrédulos. Entre las protestas de los pretendientes Ulises agarra el arco y lo tensa con gran facilidad. En aquel momento se oyó un gran trueno, todos se asustaron, los pretendientes palidecieron. Ulises lo interpretó como un presagio favorable del dios Zeus, así que, con gran confianza, tomó una flecha, la ajustó en el arco y disparó acertando en el blanco. Rápidamente disparó otra flecha que mató a Antinoos y gritó:
- Soy Ulises, rey de Itaca y vais a ser castigados por saquear mi casa y cortejar a mi esposa abusando de mi ausencia. ¡Estáis a un paso de la muerte!
Los pretendientes corrieron por la gran sala buscando una salida para escapar, pero todas las puertas estaban cerradas. Eurímaco toma la palabra, en nombre de todos, tratando de calmar a Ulises:
- Si verdaderamente eres Ulises tienes que saber que Antinoos era el único culpable, porque pretendía dar muerte a tu hijo y reinar en Itaca. Te devolveremos todo lo que hemos comido y bebido en tu palacio y te pagaremos una multa de veinte bueyes cada uno.
Ulises le miró ferozmente y le dijo:
- Aunque me entregarais todas vuestras riquezas y las de vuestras familias, no podría perdonaros vuestro mezquino comportamiento. No os queda más opción que luchar o huir. Aunque estad seguros que la muerte se cierne sobre vuestras cabezas.
Al oír estas palabras todos sintieron temblar sus corazones y flaquear sus rodillas.
Eurímaco se dirige a los pretendientes y les dice:
- ¡No tenemos más remedio que luchar!. Si queremos salvar nuestras vidas empuñemos las espadas y ataquemos todos a la vez, Ulises no podrá vencernos a todos.
Dicho esto Eurímaco sacó su espada y saltó hacia Ulises el cual le disparó una flecha que le alcanzó mortalmente en el pecho. Anfínomo es el siguiente en atacar y el siguiente en morir porque Telémaco lo mata con su lanza. También ayudaban a Ulises en la lucha sus dos fieles esclavos Eumeo y Filetios.
Ulises disparaba flechas con gran rapidez y cada vez que lanzaba una flecha hería mortalmente a uno de los pretendientes. Cuando se le agotaron las flechas dejó el arco y armado con lanza, coraza, casco y escudo continuó luchando, sin desfallecer, contra los numerosos pretendientes que quedaban dispuestos a luchar.
Protegidos por la diosa Atenea, Ulises y sus hombres avanzaban, con paso firme, por la gran sala matando a todos los que encontraban. Los pretendientes se dejaron llevar por el pánico y llenos de espanto corrieron de un lado a otro, intentando escapar.
El poeta Femio que estaba escondido en un rincón se arrojó a los pies de Ulises y le suplicó que le perdonara, porque los pretendientes le habían obligado a cantar y recitar poesías. Telémaco le dijo a Ulises que Femio era inocente y que también lo era el heraldo Medón. Ulises perdonó a los dos y los dejó marcharse a sus casas.
Cuando la lucha terminó, Ulises buscó a su alrededor para ver si quedaba algún pretendiente escondido pero sólo encontró cadáveres esparcidos por toda la sala. Ordenó sacar los cadáveres y limpiar la gran sala que purificaron con azufre y fuego.
Después de descansar un rato, las criadas bañaron a Ulises, le ungieron con aceite y le vistieron con una túnica de seda y un hermoso manto. La criada Euríclea subió a despertar a Penélope para anunciarle el regreso de Ulises y la matanza de los pretendientes:
- ¡Despierta Penélope!. Tu esposo Ulises ha vuelto después de tantos años de ausencia. Ha llegado a tiempo de salvarte de los orgullosos pretendientes que saqueaban tu casa y pretendían matar a tu hijo.
Penélope, emocionada, bajó desde sus habitaciones con el corazón lleno de confusión, cuando reconoció a Ulises se acercó a él llorando, le echó los brazos al cuello y le besó en la frente, diciéndole:
- Esposo mío, ¡por fin has vuelto!, ¡ya casi no me quedaban fuerzas para seguir esperando!
Aquella noche los enamorados Penélope y Ulises permanecieron dulcemente abrazados contándose todas sus penas.