(Viajes de Ulises)
Desataron a Ulises y se quitaron la cera de los oídos. A lo lejos oyeron un gran ruido como de batir de olas. Ulises sabía que se trataba de Caribdis y así habló a sus compañeros:
- ¡Remad con fuerza que tenemos que pasar entre esos peñascos para llegar a Itaca!.
Dirigieron el barco hacia el estrecho, evitando el lado en el que estaba Caribdis que primero sorbía el agua con gran ruido, dejando a la vista el fondo arenoso del mar, y luego la vomitaba levantando una gran nube de vapor y espuma que cubría todo el promontorio.
Ante la terrible visión que tenían ante sus ojos los hombres estaban como petrificados y Ulises tenía que ir recorriendo el barco animándolos a todos y obligándoles a remar. Cuando pasaron por el estrecho iban mirando a Caribdis y de repente, por el otro lado, aparecieron las seis cabezas de Escila que se llevaron a seis compañeros de Ulises.
Dejaron atrás las horribles Caribdis y Escila y avistaron la isla del dios Sol.
Ulises recordando las profecías del adivino Tiresias de Tebas y de la maga Circe reunió a los pocos hombres que le quedaban y les dijo:
- No podemos parar en esta isla porque aquí viven las vacas y ovejas del dios Sol y si alguien hace daño a esos animales sagrados será castigado por el dios Sol y por todos los dioses del Olimpo.
Pero los hombres estaban agotados y Euríloco habló en nombre de todos y le dijo a Ulises:
- No tenemos tu fuerza Ulises, necesitamos descansar en la isla, aunque solo sea por esta noche, y mañana por la mañana continuar el viaje.
Ante la insistencia de sus compañeros Ulises accedió a parar unas horas en la isla, aunque les hizo prometer que no tocarían ni uno solo de los animales del dios Sol.
En cuanto desembarcaron Zeus desató un fuerte viento que no les dejó salir de la isla durante treinta días. Pronto se terminó la comida y el vino que les había regalado Circe y sólo comían lo que podían pescar o cazar. Cuando llegó el hambre empezaron las primeras protestas. Un día que Ulises estaba paseando por la isla, Euríloco aprovechó para hablar a sus compañeros:
- Oídme, es terrible ser castigado por los dioses, pero es mucho peor morir de hambre teniendo a nuestro alcance esas vacas tan gordas.
Así habló Eurícolo y convenció a los hombres que, rápidamente, sacrificaron las mejores vacas del dios Sol y se las comieron.
Cuando Ulises regresó y vió lo que había pasado se enfadó mucho pero ya no había remedio porque el dios Sol había pedido a Zeus que castigara a los hombres que habían matado a sus vacas.
Dejó de soplar el viento, subieron al barco y remaron con fuerza para escapar de la isla y del castigo de los dioses. Pero Zeus envió un rayo que partió el barco por la mitad y lo hundió en el fondo del mar. Se ahogaron todos los hombres menos Ulises, que, agarrado a un trozo de madera, llegó a la isla Ogigia donde vivía la ninfa Calipso.
La isla Ogigia estaba en el fin del mundo. Calipso vivía en una gran cueva cuya entrada estaba oculta por una parra. Al lado de la cueva había una verde pradera de perejil y lirios, regada por cuatro riachuelos y bosquecillos de olmos, chopos, álamos y cipreses.
Calipso se enamoró de Ulises y lo retuvo en la isla durante siete años. Le prometió la inmortalidad y la eterna juventud si se quedaba para siempre con
élla, pero Ulises no podía olvidar a su familia y todas las tardes se sentaba en la costa, a mirar el mar, añorando Itaca y lloraba de tristeza pensando en Penélope y en su hijo Telémaco.
Una vez que Poseidón no estaba en el Olimpo, porque había ido al país de los negros, la diosa Atenea aprovechó la ocasión para explicar a Zeus que la ninfa Calipso estaba reteniendo a Ulises en contra de su voluntad y pedirle que lo liberara.
Zeus accedió a la petición de Atenea y envió a Hermes a la isla Ogigia para que ordenara a Calipso que dejara marchar de su isla a Ulises. Zeus había decidido que Ulises viajaría en una balsa de madera hasta la tierra de los feacios, los cuales le tratarían como a un dios, le regalarían oro y hermosas vestiduras y lo llevarían en un barco a Itaca.